El atentado de Anagni y cómo le dieron una bofetada al papa

El atentado de Anagni es un evento famoso e importante debido a la pelea entre el rey de Francia Felipe el Hermoso y el Papa Bonifacio VIII, y que cambió para siempre la Iglesia

El Palacio Papal de Anagni
El Palacio Papal de Anagni
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En la historia de la Iglesia católica, no existe otro episodio de mayor ultraje que el atentado de Anagni, cuando representantes del reino francés irrumpieron en la residencia papal, secuestraron y abofetearon al sumo pontífice durante una disputa.

Interés económico

Sobre el inicio del siglo XIV, el poder que tenía la Iglesia católica era casi que absoluto en toda Europa. Fue la entidad más importante y poderosa durante la época medieval, pero con el fin de ese período, también llegó la decadencia del poder eclesiástico. 

Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, mantuvo una enemistad pública con el papa Bonifacio VIII. El santo pontífice expresó en más de una ocasión que poseía poder, sobre todo cristiano, incluso si era un monarca o soberano. El monarca galo refutó dichas declaraciones, manifestando que no admitía ningún poder externo a su voluntad. 

Dibujo de François Guizot que representa el momento de la supuesta bofetada de Sciarra Colonna al Papa.- (Wikimedia)
Dibujo de François Guizot que representa el momento de la supuesta bofetada de Sciarra Colonna al Papa.- (Wikimedia)

El conflicto de poder entre ambos gobernantes incrementó cuando hubo dinero involucrado. Felipe IV quiso cobrar tributos a los representantes eclesiásticos para poder sustentar todas las guerras que vivía Francia, sobre todo la disputada contra Inglaterra. Bonifacio VIII redactó una carta papal prohibiendo el pago de clérigos a reyes sin su permiso, pero el monarca francés respondió bloqueando todo el dinero que salía de Francia rumbo a Roma.

Agnani y el Conflicto entre Francia y la Iglesia católica

La enemistad aumentó cuando Bernardo de Saisset, obispo de Pamiers, se negó a pagar los tributos; el rey lo acusó de traición y ordenó su arresto. El papa redactó otra carta expresando que solo él podía realizar juicios sobre los miembros de la Iglesia, pero los representantes franceses la quemaron para falsificar una en donde se muestra a Bonifacio VIII con intenciones de tomar el poder sobre Francia. 

Los galos repudiaron toda muestra eclesiástica tras el altercado, pero el papa redactó una nueva carta negando todo lo mostrado por el gobierno de Felipe IV. El monarca lo vio como un atentado a la soberanía y un preludio a una excomulgación

Representantes de Francia fueron enviados a Anagni, localidad italiana en la que se encontraba el papa. Guillermo de Nogaret y Sciarra Colonna irrumpieron en la residencia papal el 7 de septiembre de 1303 para ultrajar su figura. Bonifacio VIII recibió una bofetada de Calonna, pero hay versiones que explican que la acción fue metafórica: una bofetada a la institución católica. 

Varios aliados del papa murieron en el atentado, mientras que el sumo pontífice fue privado de agua y comida por tres días. Los ciudadanos de Anagni intercedieron a favor de Bonifacio VIII  logrando así el retiro de los franceses. 

El papa murió un mes después del altercado, presuntamente por el desgaste moral que supuso. Tras su deceso, la figura de la Iglesia se vio duramente vapuleada, así inició una etapa de pérdida de poder y respeto hacia la institución católica. Muchos historiadores aseguran que el atentado de Anagni fue el final del período medieval y el inicio de una nueva era.

Consecuencias del atentado

  • Devaluación de la figura moral del papado.
  • El rey de Francia impuso en seguida al sucesor de Bonifacio, quien permitió el predominio de Francia en los destinos del gobierno de la Iglesia.
  • La actitud de los reyes hacia la religión cambió radicalmente.
  • Origen del concepto de las iglesias nacionales
  • Nacimiento de la doctrina del conciliarismo : si un Papa fallase, podría ser juzgado por un concilio general.
  • Surgimiento o nacimiento del “espíritu laico”, signo simbólico de este espíritu es la bula de oro de 1356, que excluye toda intervención del Papa en la designación del emperador de Alemania. De esta forma el imperio quedó ‘separado’ del papado.
  • El fin de la época Medieval en la historia de la Iglesia católica y el inicio de una época nueva.

Bonifacio, el papa Blasfemo

Dos siglos antes que en el Vaticano se vieran personajes del carácter de los Borgia y el “papa terrible” Julio II, un pontífice no menos polémico que ellos ocupó el trono de san Pedro. Se trataba de Bonifacio VIII, un papa que pasó a la historia no solo por su falta de escrúpulos -característica bastante habitual en aquellos tiempos- sino por su desprecio por las cuestiones de fe.

Si Celestino V, su antecesor, se tomaba muy en serio sus deberes espirituales, el nuevo papa Bonifacio VIII era todo lo contrario y se dedicaba a conciencia a cultivar todos los placeres. Se divertía por igual con mujeres y con hombres, tenía por amantes a una mujer casada y a la hija de esta, se le acusaba de ser un pedófilo y él no se molestaba en desmentirlo, diciendo que “el darse placer a uno mismo, con mujeres o con niños, es un pecado tan insignificante como frotarse las manos”. Bebía y comía como si no hubiera un mañana: en una ocasión, agredió a un cocinero que le había servido “solamente” seis platos en un día de ayuno. Era amante del lujo, se vestía con las mejores telas, coleccionaba todo tipo de amuletos y se hizo fabricar unos dados de oro para jugar.

A estos excesos, que podían considerarse más o menos rutinarios en la curia, se unían sus defectos espirituales, que podían poner en peligro la propia institución. Bonifacio VIII era un hombre descreído y para muchos blasfemo. Negaba principios básicos del dogma cristiano, como la inmortalidad del alma, la virginidad de María o la divinidad de Jesucristo; decía que “solo los imbéciles pueden creer en tales estupideces, las personas inteligentes deben fingir que se las creen pero razonar con su propio cerebro”.

Pero lo le faltaba como líder espiritual, en cambio, lo tenía como administrador. A él se debe la idea del Jubileo Universal, un año de “redención” en el que se prometía el perdón de todos los pecados a los peregrinos que viajaran a Roma, visitaran las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y, naturalmente, hicieran una donación económica.

El primer Jubileo de la historia se celebró en la fecha significativa del cambio de siglo, el año 1300, y fue un éxito enorme que llenó las arcas del Vaticano y de la propia ciudad: unos treinta mil peregrinos visitaban diariamente Roma, una actividad que no se había visto desde los lejanos tiempos del Imperio Romano. Entre toda esa multitud se hallaba Dante Alighieri, al que la visión de aquella ciudad presa del vicio inspiró algunos versos del Infierno en la Divina Comedia.

El desdeño que mostraba por las cuestiones religiosas contrasta, irónicamente, con la lealtad que exigía como líder de toda la cristiandad. No solo esperaba obediencia y respeto a su autoridad espiritual, también reclamaba su derecho a dirigir todo el mundo cristiano. Celebraba los oficios luciendo una corona y empuñando una espada al grito de “¡Soy papa y soy emperador!” y pretendía que los monarcas, como hombres bautizados, debían estar supeditados a su voluntad. A quienes se oponían los castigaba con la excomunión o, si le era posible, con la eliminación física. Esto le valió muchas enemistades que desembocaron en el atentado de Anagni.

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