Arribé a la posición de director general de la Corporación Estatal de Radio y Televisión (CERTV) con la determinación de hacerle un homenaje a don Andrés Cruz, íntegro director técnico de radio de la entidad durante 50 años.

Había invitado a acompañarme en la dedicatoria del homenaje a los amigos Georgie Rodríguez y Ellis Pérez, destacadas figuras de la comunicación vinculados al ente radiotelevisor estatal.

Intuía yo, y no me equivoqué, que los dos buenos amigos narrarían sus experiencias sobre la dedicación, profesionalidad y honradez con que Andrés dedicó buena parte de su vida a instalar, estructurar y adecuar el sistema de transmisión y difusión de las radioemisoras estatales.

Con su conocido y edificante buen decir, Ellis y Georgie pronunciaron sabias, y justas palabras sobre la hombría de bien de don Andrés y de su entrega al servicio público.

Yo opté por dedicar mis palabras a preguntarme, preguntar a los presentes, entre ellos su esposa, hijas y hermanos, empresarios, profesionales, técnicos de la comunicación y autoridades de CERTV que nos acompañaban por qué rendíamos homenaje a este hombre.

Porque nuestro pueblo rueda hoy muy a ras de suelo en términos de valores cívicos, de pertenencia e identidad nacional, y de compromiso republicano.

Por eso cuando sabemos de un hombre que hace la excepción, como un Andrés Cruz que llena de orgullo a su familia, a sus compañeros de labores y a su pueblo, hay que sacarlo del anonimato y colocar su nombre en altorrelieve.

Los espectaculares escándalos de corrupción que avergüenzan ahora al país son justo lo que da sentido y justifica el homenaje que hiciera la CERTV a su antiguo y honesto servidor.

Resaltar el contraste de conductas entre un Andrés Cruz que nos enorgullece y unos políticos y sus familiares que nos avergüenzan y reducen, es una oportunidad para comprometernos con la integridad y la transparencia a que nos invita el presidente Luis Abinader con sus medidas dirigidas a sanear la gestión pública.

Hay que valorar y exaltar a los honestos y cuestionar a los de inconductas porque los primeros nos enorgullecen y los otros nos deshonran; los primeros crean capital social y ético, y los segundos desmoralizan y depredan las riquezas que deben contribuir a la equidad social y al desarrollo.

Y unos y otros nos devuelven a la alta reflexión martiana de que “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres”.

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