La vida, caja de sorpresas que acecha para darnos un zarpaso al corazón, cuando creemos que el fluir de la existencia nos ha mostrado todos los escondrijos del dolor. El desarrolllo de los primeros meses de una criatura, deseada y añorada fervientemente, llena a la madre de ilusiones, esperanzas, expectativas de futuro y la hace tejer lazos de amor en un lenguaje secreto, místico, único, personal en el que lo biológico se trasforma en misteriosa complicidad. No se trata solo del vulgar entramado biológico y sus complejidades, riesgos, trastornos, si no de una mágica interacción entre criatura y vientre materno. El núcleo familiar, donde el amor es la constante de los actos indíviduales, transportados a lo colectivo, conspira para que esa dualidad madre-criatura se transforme en el objetivo común.

Sentir el desarrollo lento y sostenido de una partícula infinitesimal en su multiplicación y desarrollo constante, hasta el momento de convertirse en ser vivo, luego del particular tránsito hasta hacerse habitante de este “valle de lágrimas”, es un especial espacio de sueños y complicidades. Los externos, aún por el más cercano lazo familiar, solo podemos contribuir a viabilizar el milagro del nacimiento de ese ser deseado, esperado. Lo tortuoso de ese proceso de vida se hace susceptible en aquellos organismos, que por inescrutables designios de la naturaleza y del destino, lo entienden como objeto extraño al cuerpo y se esfuerzan por expulsarlo como contrario a la integridad de la madre que lo concibió. Hoy, las amenazas se multiplican con la presencia de patógenos de los cuales no existen experiencias concluyentes, virus que dificultan y enrarecen los procesos naturales. Por lo cotidiano, suponemos la concepción como un proceso mecánico y simple, pero en ocasiones se convierte en meta difícil de alcanzar, retando a la ciencia a revertir esos mecanismos naturales de rechazo, y empuja a insistir y preservar el ánimo de procrear. Cuando el fruto del amor, logrado con descomunal esfuerzo de la madre y su entorno, luchando con las ansiedades y expectativas fallidas, se materializa en una niña prematura, con dependencia extrema de la ciencia médica, el milagro de la vida se hace aún más misterioso. Daniela Emilia luchó con sus escasas fuerzas contra la adversidad de la vida que había iniciado apenas 5 días antes y colapsó. A ella, a todos los que contribuyeron a que su esfuerzos tuvieran lugar; a sus padres que lo hicieron todo para que triunfara; a su hermanita que la esperaba para dedicarle todas sus ternuras casi preadolescentes, este homenaje a su tenacidad y al amor que acunó en su efímera existencia terrenal. Nos deja un amargo sabor de fracaso, de ilusiones truncas, de sueños que no serán, sembrando una fortaleza de unidad familiar y de certezas en un futuro sin el dolor que ha traído este presente con ruta inversa, de padres sepultando hijos.

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