George Orwell era un escritor con un extraordinario “poder de persuasión” capaz, parafraseando a Mario Vargas Llosa, de suplantar la realidad con la ficción narrada.

En “1984” aparece un gobierno totalitario que controla hasta los deseos de los ciudadanos, donde hay –entre otras características de los regímenes absolutistas- una constante revisión de la historia, a cargo del Partido, para encajarla con el “statu quo” y en las que aparece “el Gran Hermano” “como jefe y guardián de la Revolución” (Orwell, 1984, Cap. III, pág. 45).

Uno de los elementos propios de cualquier régimen totalitario, o con aspiraciones de serlo, es controlar la información y limitar la libertad de expresión de los ciudadanos (súbditos), procurando en su labor de búsqueda del poder absoluto “prostituir las palabras” para apropiarse de las ideas y someter así el pensamiento de las mayorías.

En la novela la lengua va cambiando hasta hacerse funcional, para que cada palabra tenga un único significado, y limitar así la creatividad y las interpretaciones, a esto le llaman “neolengua” y su finalidad “es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente” (Mestas Ediciones, 2008: 284, p. 58), afirmándose luego que “la revolución será completa cuando la lengua sea perfecta” (p. 59).

En la novela incluso el “pensar” podía ser considerado traición, para lo cual existía una “Policía del Pensamiento”. Más aun, en aquel mundo oprobioso y descarnado había “un sitio de mal agüero (donde) los antiguos y desacreditados jefes del partido se habían reunido… antes de ser purgados definitivamente”, un lugar, por demás, “refugio de pintores y músicos” (p. 61), donde, casi inconscientemente, se podía discrepar, aunque a veces solo con un gesto, con una mirada, un suspiro o un pensamiento, el lugar se llamaba “Café del Nogal”.

En la novela “no había ley que prohibiera frecuentar el Café del Nogal”, pero era sin dudas peligroso: podía haber espías. Al respecto, no deja de ser interesante que Orwell proponga que son libres e independientes aun en aquel mundo oprobioso los pintores y músicos, yo agregaría también que los poetas lo son, los de verdad, claro está. No hay ataduras humanas que puedan encerrar la verdadera poesía. E, incluso, los grandes poetas como Neruda, no dejan de escribir con extraordinaria belleza aun cuando abordan temas tan políticos como en su “Oda a Stalingrado”.

Las redes sociales son una especie de Café del Nogal moderno, nada puede contenerlas, pero deben tomarse con pinzas, pues se sabe de la creación de “tendencias falsas”. Sería un error gobernar o hacer oposición sólo contando con los dictados de éstas. Por eso debemos buscar otros lugares, donde personas de carne y hueso discutan y busquen consensos, nuestra “democracia” necesita cada más espacios como el Café del Nogal, donde se pueda disentir de forma constructiva, para evitar confrontaciones innecesarias y ayudar a fortalecer nuestra aún pobre cultura democrática y hacerla más transparente, participativa e institucional.

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