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Suelo dar sugerencias a abogados jóvenes que en ocasiones están confundidos sobre lo que harán con su profesión. Entre la teoría y la práctica hay gran diferencia y los ideales universitarios a veces chocan con la cruda realidad. El hecho de buscar asesoría es un positivo paso.

Las inquietudes más comunes son las siguientes: ¿pongo mi propio bufete o busco trabajo en una firma de abogados para adquirir experiencia? ¿Hago ahora una especialidad en alguna universidad dominicana o es preferible salir del país para seguir estudiando? Trato siempre de ayudar en lo posible. Cada caso es distinto y un buen consejo puede ser la diferencia entre el triunfo y el fracaso, por eso soy extremadamente cuidadoso al opinar.

Ya tengo “mi librito” cuando me visitan, pues los detalles, como expresé, los adapto a las individualidades. Inicio afirmando que ser abogado es un asunto serio. Quien procura nuestros servicios coloca en nuestras manos su libertad o su patrimonio. Un pequeño error nuestro puede ser fatal y acabar con una vida, una familia o empresa. Y esas faltas usualmente no tienen remedio en los tribunales. Les digo que eso implica un compromiso inmenso y que es penoso que algunos lo tomen a la ligera, con una irresponsabilidad espantosa. Les recalco que el abogado que se respete debe tener la palabra “ética” tatuada en su corazón, ser responsable, cumplir con los clientes, preparar sus casos, mantenerlos informados…

Además, debe estudiar constantemente, quedarse estancado es fatal. Hay que estar al día con las leyes, jurisprudencia y doctrina, tanto dominicanas como aquellas de otras naciones que puedan tener incidencia entre nosotros.

Y les insisto que deben poseer una apreciable cultura universal. Esta condición los hará interpretar las leyes con mayor profundidad, comprender mejor a clientes y contrarios y descifrar la condición humana; además, se les facilitará evitar los prejuicios y acercarse más a la justicia, a la equidad, a la verdad, a los positivos resultados y al éxito con dignidad.

En varias audiencias he sido testigo, como juez y como abogado, de casos que se pierden por culpa del abogado contratado. Y vienen los “hubiesen”. Si esos leguleyos hubiesen guardado silencio, se hubiesen quedado como estatuas o incluso si no hubiesen subido al estrado, sus clientes hubiesen tenido mejor suerte.

En muchos de esos expedientes los perjudicados tenían a su favor la razón y la ley, dos nobles elementos que fueron destruidos por alguien que ni idea tenía de lo que era llevar con dignidad la toga y el birrete.
Por ello, entre cada idea les recalco a esos jóvenes profesionales: ¡ser abogado implica un compromiso muy serio!

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