¿Cómo usted sabe que le está dando un ataque al corazón? Usted seguro se imagina que sentirá una presión terrible en el pecho y que caerá al suelo, como suelen presentar en los anuncios de la televisión. La imagen es popular, pero la realidad puede que no sea tan dramática. Especialmente si usted es una mujer.

“A pesar de que tanto hombres y mujeres pueden sufrir una presión fuerte en el pecho que les hace sentir que tienen un elefante sentado en el pecho, las mujeres pueden experimentar un ataque al corazón sin esa presión en el pecho”, explica la doctora Nieca Goldberg, directora del Centro para la Salud de la Mujer en el Langone Medical Center de la Universidad de Nueva York. “Ellas pueden sufrir falta de aire, presión o dolor en la parte baja del pecho o la parte alta del abdomen, mareo o desmayo, presión en la parte de arriba de la espalda o fatiga extrema”.

La diferencia de los síntomas de un ataque al corazón es el ejemplo más conocido de las diferencias entre los sexos en la medicina… y aún hoy, muchísima gente no lo sabe. Pero las diferencias no se detienen ahí. Sucede que las armas nucleares y la radiación tienen un efecto desproporcionado en el cuerpo de las mujeres. Ya lo sabe: ¡la proliferación nuclear es un asunto feminista!

Los cuerpos de los hombres son más resistentes a la radiación (Nuclear Information and Resource Service) y entre las personas que desarrollan cáncer tras ser expuestas a la misma, las mujeres tienen el doble de probabilidades de morir. Hoy sabemos también que el 80% de las medicinas que son retiradas del mercado, son descontinuadas debido a los efectos secundarios nocivos que tienen en los cuerpos de las mujeres. Y la razón por la que estas medicinas afectan a las mujeres de manera desproporcionada es que, a la hora de probar estas medicinas, antes de introducirlas al mercado, sólo se evalúan en los cuerpos de los hombres. Para que estemos claros sobre la gravedad del problema: estos efectos secundarios no son sólo una picazón ni un vómito leve. Muchas veces, la discriminación estructural que sufren las mujeres en la ciencia, se traduce en la muerte innecesaria de innumerables mujeres y niñas.

Las preguntas obvias son: ¿qué nos falta por descubrir?, y ¿qué diferencias encontraríamos aquí, en nuestro país? La única manera de averiguarlo es realizando más ensayos clínicos comparativos entre hombres y mujeres. Pero en el año 2018, la pregunta que nos están obligando a responder es: “¿quién es una mujer?”. Ni yo redacté mal ni usted me leyó incorrectamente: la pregunta que yo quiero que usted responda es, ¿quién es una mujer? Yo siempre he pensado que la mujer es un ser humano con una realidad biológica que existe independientemente de las ideas personales ni de las agendas políticas. Pero nuestras leyes dicen que no.

La última vez que analicé el Proyecto de Ley Orgánica que crea el Sistema Integral para la Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres (hace pocos meses), decía que se debe considerar mujer “cualquier persona que se identifique a sí misma como mujer”. La Constitución del 2010 dice que la mujer es un género. Y el Anteproyecto de Ley de Identidad de Género (nombre político “Anteproyecto de Ley General de Igualdad y No Discriminación”) dice que el género es una identidad personal cambiante. Es decir, no existe ninguna ley en la República Dominicana que reconozca a las mujeres como seres humanos, con derechos propios, en base a su sexo. Muchos países (por ejemplo, Estados Unidos e Inglaterra) reconocen mediante leyes integrales, el sexo como un eje de opresión y por lo tanto, entienden que las mujeres necesitan garantías y derechos particulares. Pero en la República Dominicana no existe ninguna ley similar y las que se están trabajando están a punto de empeorar el asunto muchísimo más.

Nuestro sexo se encuentra en cada célula de nuestro cuerpo (Shah, McCormack, Bradbury. American Journal of Physiology – Cell Physiology). El género es una construcción social, pero el sexo es inmutable. En un ensayo clínico comparativo, cualquier célula masculina que caiga en el grupo de prueba de las mujeres hay que descartar el ensayo, y empezar desde cero, arriesgándose el laboratorio a perder el financiamiento. Pero, ¿y si la ley dice que esas células masculinas deben ser legalmente reconocidas como las de una mujer? Esto es lo que se llama poner la semántica por encima del sentido común e, irresponsablemente, por encima de la vida de las mujeres.

Nunca antes habíamos estado tan cerca de resarcir el daño que ha provocado la manipulación de la ciencia al discriminar contra las mujeres. Y justo cuando hemos conseguido lo imposible, lograr que el establecimiento científico recapacite sobre este tema, de repente perdemos la base legal necesaria para proteger a la mujer ante estos ensayos clínicos y en muchos otros ámbitos. Hay que formular ejemplos concretos para ilustrar esta traba legal. Lo analizaremos en el próximo artículo.

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