La nebulosa que se cernía sobre el panorama político electoral de Turquía quedó despejada el domingo 28 de mayo, cuando el actual presidente y candidato del derechista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), Recep Tayyip Erdoğan, finalmente se impuso en el balotaje, obteniendo el 52.14 % de las votaciones, frente a su contrincante del socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus siglas en turco), Kemal Kılıçdaroğlu, quien logró el 47.86 % y prometió “continuar luchando hasta que haya una democracia real”, un discurso que está amparado en la alteración de los resultados que se le atribuye al mandatario, una sombra que lo persigue desde la primera ronda de las elecciones.

Con este nuevo triunfo electoral Erdogan garantiza por la vía democrática la prolongación de su gestión hasta 2028, periodo en el que podría continuar afianzando su liderazgo, siempre y cuando pueda abordar con éxito una serie de temas complejos, parte de los cuales evitaron que el mismo pudiera salir airoso en la primera vuelta.

Tal y como citamos en el artículo “Turquía ante la definición de su futuro político”, publicado en la edición digital de este medio, el miércoles 24 de mayo del presente año, la sociedad está muy polarizada en relación a la figura y las ejecutorias de Erdogan, así como ante el devenir de los principales temas de interés nacional. Hay quienes temen que este nuevo triunfo pueda aumentar el autoritarismo que se le enrostra al mandatario.

Al margen del proceso de reconstrucción al que debe abocarse el país y la reubicación de los refugiados tras el sismo de febrero, para ir disminuyendo los niveles de insatisfacción ciudadana y garantizar que los importantísimos sectores industrial y del turismo recobren su dinamismo acostumbrado, también hay que hacerle frente a los niveles inflacionarios de alrededor de un 43.7 % en abril, aunque muy por debajo del 85 % de octubre pasado, una disminución muy drástica en tan poco tiempo, que llama la atención de los adversarios de la gestión de Erdogan, aunque el gobernador del Banco Central de la República de Turquía, Şahap Kavcıoğlu, se lo atribuye a la estabilidad en la tasa cambiaria, la mejora de las expectativas y la desaceleración de los precios mundiales de las materias primas.

Erdogan también se resiste a la variación de la Tasa de Política Monetaria, que se mantiene constante en 8.5 %, bajo el supuesto de que disminuiría los precios; mientras que diversos medios de prensa internacionales se hicieron eco de que la lira turca cayó en nuevos mínimos históricos tras la victoria del dignatario.

Algunos analistas consideran que la decisión de Erdogan de aumentar el gasto público no es sostenible en el tiempo. Esta medida estuvo orientada a incrementar el salario mínimo y las pensiones de los empleados públicos a inicios de enero. Previo a la primera ronda de las elecciones, el gobernante anunció un nuevo ajuste salarial a partir del próximo mes de julio, como forma de mejorar sus expectativas electorales.

Los expertos en geopolítica afirman que Erdogan cada vez se perfila más como afín a Rusia, algo que mantiene alerta a las naciones occidentales poderosas que forman parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), las cuales tratan desde hace tiempo de fortalecer la ofensiva ucraniana.

Por su ubicación estratégica y el hecho de tener una industria armamentista desarrollada, que pasa desapercibida, pero que no debe subestimarse, Turquía podría jugar un rol importante en este escenario de indefinición del conflicto bélico ruso-ucraniano, en el que trascienden la desinformación y la algidez entre los dos bloques que se han establecido.

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