Todo empezó cuando el hombre le dio like a la foto en bikini de la hija de su mejor amigo. Bastó esa acción aparentemente inofensiva para terminar una amistad que había iniciado desde hace años en los tiempos de la universidad.
¿Fue atrevimiento, irrespeto o, en cambio, un impulso irresistible de ponchar en la pantalla ese corazoncito vacío solo para verlo cambiar instantáneamente a rojo? A lo mejor ni él se explica por qué siguió su instinto. De lo que sí está claro es que ya sufre las consecuencias: Lo único que ganó fue autoexiliarse del grupo de los panas, quedar como un pervertido y que su esposa no le hable. Mucho por nada, según él.

¿Sería así? ¿Era para tanto? ¿Acaso esa foto no buscaba-precisamente- provocar esa respuesta? Ese gesto pudo ser simpatía, aprobación, reconocimiento o agrado; aunque tal vez otras inclinaciones que fueren desconocidas aún para él mismo. ¿Cómo interpretarlo ahora que no puede darse vuelta atrás?
¿Qué nos mueve en las redes para colocar alguna frase tan boba como manida o para hacer un comentario venenoso, cargado de envidia y resentimiento, envuelto en sinceridad? Para lo primero está Instagram, para lo segundo, Twitter.

¿Realmente sabemos por qué, para qué lo hacemos y qué reacción provocamos en los demás? ¿Cuántas interpretaciones se derivan de un inocuo “me gusta”?

Tal vez que se está de acuerdo con lo que se proyecta, quizá se ha hecho instintivamente para apoyar al emisor o levantarle el ánimo o simplemente, porque nos atrajo el corte de pelo, la pose o el zapato de alguna. Otras veces, solo fue el tedio en la sala de espera de una cita médica lo que nos llevó a entretenernos pulsando cuantas fotos nos han llegado, sin siquiera pedirlo.

Lo hacemos automáticamente y es casi parte del nuevo protocolo digital para no aparentar descortesía, como decir buenos días cuando entramos a un salón o responder gracias, si nos hacen un favor. Parece que hay todo un estudio sociológico y sicológico tras un simple pulsado que, incluso, dependerá de la edad del remitente, la mentalidad del receptor o hasta su estado de ánimo.

Y pensar que, mientras tanto, la joven se ufana y a la vez, se enorgullece de que cada día tiene más adeptos y atrae la atención de seguidores de todas las generaciones, hasta la del mejor amigo de su papá.

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