La muerte de Frederick Alberto Pérez ha traído pesar en la sociedad dominicana por las circunstancias que rodean su asesinato.

Fue hallado este domingo semidesnudo cerca de unos matorrales en el distrito municipal La Guáyiga, ubicado en Pedro Brand, cerca del kilómetro 22 de la Autopista Duarte.

Grotescas imágenes de su cadáver se viralizaron como peste bubónica por las redes sociales desde plataformas digitales que, sin medir impacto o consecuencia, violaron el honor y la dignidad que merece cualquier ser humano.

Quien escribe, hasta este momento, no conoce los detalles del crimen. Mucho menos los motivos. No obstante, el hecho concreto es que una persona joven y productiva de 32 años, empleado de la Liga Municipal Dominicana, salió el pasado sábado de su residencia en Los Alcarrizos hacia un encuentro familiar y nunca llegó.

Recientemente su vehículo marca Honda Civic, del año 2000, fue hallado en el sector Las Piñitas, en Cotuí, a cientos de kilómetros de donde fue encontrado su cuerpo. Se ignora hasta el momento si también fue ubicado su celular, el cual fue sustraído por quien o quienes cometieron el horrible asesinato.

Un lugar con malos recuerdos

La Guáyiga es un lugar que como periodista me trae malos recuerdos.

Y es que, en mis comienzos en este oficio, me tocó darle cobertura total a otro triste caso que afectó las hebras más sensibles de esta sociedad; me refiero al secuestro, violación y asesinato de la niña Carla Massiel Cabrera, quien contaba con tan solo 10 años de edad al momento de su muerte.

Pocos recuerdan a la niña que portaba un vestido rosado con flores, y que aquella noche del 25 de junio de 2015 se separó de su hermana gemela durante un culto religioso que se realizaba al aire libre y que desapareció en medio de la muchedumbre sin que nadie lo notara.

Su rostro inocente y su peculiar peinado con dos colitas estuvo expuesto durante meses por todos los medios de comunicación que detallaron los pormenores del crimen (y hasta señalamientos que fueron desmentidos por obviedades como lo fue el supuesto tráfico de órganos).

Su osamenta fue hallada un año y casi dos meses después, a casi 50 metros de donde desapareció. Sus asesinos, afortunadamente, fueron condenados a 30 años de cárcel por el crimen.

Durante casi dos años estuve yendo al sector Los Garcías, perteneciente a la Guáyiga.

Es un lugar con casas comunes y corrientes, caminos pedregosos y rodeados de árboles y matorrales. En aquel momento parecía ser un sitio normal, si partimos desde la óptica de lo literal.

Pero sus habitantes estaban consternados. Para entonces los niños dejaron de jugar en la cancha de básquetbol que estaba en el centro de la comunidad, justamente donde se hizo el culto aquel.

Había un ambiente bastante cargado ya que toda la tragedia se originó en pleno centro de la localidad, desde su secuestro hasta su asesinato. Todo ocurrió en un radio alrededor de 50 metros y prácticamente frente a las narices de las autoridades, quienes no pudieron encontrar su cadáver durante un año y casi dos meses, a pesar de que estaba ante la mirada de todos.

Hoy se siente ese mismo ambiente en La Guáyiga. Tensión e incertidumbre y en el ojo visor de los medios de comunicación; con un caso totalmente distante pero igual de lamentable. Un joven asesinado, quien tenía toda una vida por delante y que gozaba de buena referencia por parte de sus compañeros quienes han manifestado conmoción e impotencia por sus redes sociales.

Si de algo aprendí de la cobertura en el caso Carla Massiel es que, simplemente, no se puede especular de nada, sin importar los miles de rumores que estén divagando por las redes sociales ni las acusaciones o señalamientos que hagan las personas sobre el caso de Frederick, así sean de familiares o amigos.

Hay que dejar que las autoridades realicen sus investigaciones y que den con el o los culpables de este abominable asesinato. Siempre amparado con las pruebas de rigor y lejos de cualquier sensacionalismo o amarillismo de gente que gustan pescar en ríos revueltos.

En el caso de Frederick debe haber justicia. La sociedad lo exige, La Guáyiga lo necesita.

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