El próximo 19 de mayo se cumplirán 124 años de la muerte de José Martí, el verbo alado de la libertad cubana. Martí visitó nuestro país en tres ocasiones (1892, 1893 y 1895), aquí escribió algunos de sus textos fundamentales como “El Manifiesto de Montecristi”, firmado conjuntamente con el generalísimo Máximo Gómez, y que es el Acta de Independencia cubana y el testamento político del Apóstol.

Desde el país también, con el apoyo incluso económico del presidente Ulises Heureaux (Lilís), partió a la manigua cubana a luchar por la independencia contra la metrópoli española, junto a lo que él llamó “la mano de valientes”, por ser cinco sus acompañantes, los cubanos: Francisco (Paquito) Borrero, Ángel Salas y César Guerra, y los dominicanos: Máximo Gómez y Marcos del Rosario.

La última guerra había empezado el 24 de febrero y el once de abril, cerca de las 10:30 de la noche, luego de un inconveniente con el barco contratado y un cambio rápido de planes en Cabo Haitiano, se produce por “Playita de Cajobabo”, provincia de Guantánamo, lo que algunos han llamado “el desembarco necesario”.

Martí tenía 42 años, había dedicado unos 28 de ellos a organizar aquel momento histórico, no cabía de gozo, por sentirse útil. Como el mismo escribió: “el deber del hombre es allí donde es más útil”. Había recibido críticas de que era “un poeta”, no un hombre de acción (como si la poesía no fuera revolucionaria), por eso el éxtasis de estar en campaña como un hombre de acción. Y nadie sabe, si esa misma sensación de mostrar su valía en batalla, le llevó a desoír las órdenes del generalísimo Gómez de que “se quedara atrás”, y apenas un mes después del desembarco murió en la Manigua cubana de un disparo en el pecho. Había caído “un ángel”, como dice Silvio Rodríguez en su canción “Cita con ángeles”.

José Martí es un paradigma de intelectual comprometido con la libertad y fue excepcional en todas las facetas de su vida: renovó la poesía castellana, siendo precursor del modernismo. Como orador no tenía pares en la tribuna, ni siquiera Castelar le igualaba. Como cronista era de leyenda, contaba con una legión de seguidores y admiradores a todo lo largo y ancho de “Nuestra América” que incluía al gran Rubén Darío. Incluso escribió una novela “Amistad funesta”, luego reeditada bajo el título de “Lucía Jerez”.

Esa idea del intelectual comprometido con unos principios que chocan normalmente contra el estatus quo, que no cambia la libertad de su pensamiento por unas prebendas y que coincide en su lucha con las mayorías, con los oprimidos, con los excluidos y que, como “El Maestro”, es capaz de dar la vida por lo que cree, es fascinante. Nos hacen falta intelectuales como Martí.

En mayo siempre recuerdo a Martí, por eso este artículo lo he publicado antes -palabras más, palabras menos-, y seguro no podré evitar (re)escribirlo después, es mi humilde tributo a la más alta estrella americana, solo superado por “El Libertador”, Simón Bolívar.

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