No cabe duda de que los Estados Unidos y su política hegemónica se encuentran en acelerada decadencia, consecuencia de la pérdida de liderazgo, de su errática diplomacia y de las políticas que su gobierno presidido por Donald Trump aplica en el mundo, en todos los ámbitos, especialmente en el económico y militar. Esa situación de desgaste acentuado les ha llevado a perder credibilidad y dominio. En esferas donde antes ganaban aliados y simpatizantes hoy cosechan enemistad y rencores, incluso entre sus más cercanos aliados.

Esto sucede en el momentos en que los retos globales y la propia naturaleza de los problemas centrales que encara la humanidad requieren de alianzas estratégicas y mecanismos de integración, para enfrentar las consecuencias de esos retos, como son: el deterioro del medio ambiente, los efectos del cambio climático, el terrorismo, el tráfico de drogas, armas y personas y las incontroladas migraciones masivas.

Frente al desgaste de Washington, la visión de China, desde hace años, que ha sabido interpretar los retos y desafíos globales, para los cuales posee definidas estrategias. No solo hacia América Latina y el Caribe, sino hacia el resto del mundo. China mantiene a los Estados Unidos y a Trump inmersos en una retórica que se traduce en elucubraciones crepusculares. Mientras el hermano país asiático se enrumba como primera potencia económica mundial.

Lejos de jugar con brillantez y audacia, el gobierno norteamericano está sumido en una cadena de errores de enorme costo, en términos de autoridad y respeto, como son, entre otros: la absurda guerra de los aranceles con Beijing, la obsesión por liquidar, a como dé lugar, a gobiernos a los que califica de “socialistas”, no importa si violando las leyes internacionales, cometiendo crímenes de lesa humanidad y genocidio, aplicando bloqueos inmorales y guerras económicas injustificadas.

Si en alguna región son apreciables los dislates y costosos errores de esta política errática de Washington, es en América Latina y el Caribe. Y es ahí donde precisamente Estados Unidos tiene puesta la mirada, las manos y los pies, pretendiendo reducir o cerrar el espacio conquistado por China. Sin embargo, como señalara en su momento, el pasado año, el director general del Departamento de América Latina y Asuntos del Caribe, en el Ministerio de Relaciones Exteriores de China, señor Zhao Bentang: “China nunca forzará a América Latina a tomar partido entre China y Estados Unidos, ni quiere que las disputas chino-estadounidenses actuales afecten las relaciones entre Beijing y América Latina”.

Con estas declaraciones el funcionario chino refuta las infundadas, maliciosas e irrespetuosas acusaciones del secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, en conferencia de prensa en Washington, DC, en la misma fecha, al afirmar que “China está creando caos y generando corrupción en América Latina.”

Toda la retórica del gobierno estadounidense destinada a calumniar a China le da en su propia cara, por cuanto el mundo está mirando objetivamente cómo son los lazos de China con América Latina y el Caribe. Y constata que son relaciones respetuosas, beneficiosas para las partes y sustentada en una diplomacia de paz. Por ello, los Estados Unidos se empeñan en inventar nuevas teorías contra China y caen en falsa retórica, porque los países no les creen y Washington teme seguir perdiendo espacio y el control que en el pasado ejerció sobre la región.

Unas declaraciones recientes de Mauricio Claver-Carone, el principal asesor de Trump para América Latina, y director para la región del Consejo de Seguridad Nacional, confirman que el gobierno que representa y las políticas que promueve en su beneficio, han entrado en la etapa sin retorno de la decrepitud más ostensible, y que lejos de contribuir con ello a un renacimiento de la distensión y la confianza han generado más rechazo, más repudio, más ira y más condena.

“Donald Trump desea-ha declarado Claver-Carone a la agencia de noticias EFE-que América Latina se beneficie de la prosperidad de los Estados Unidos, y fomente fuertes lazos económicos y de inversión, en lugar de apostar por unas relaciones con China que solo dejarán en la región dependencia, deuda y corrupción.”

La hostilidad hacia la presencia China no es, siquiera, de carácter ideológico, como en tiempos de la Guerra Fría. Estados Unidos cuenta con aliados como Israel y Arabia Saudita, que causan horror por sus crímenes, en la opinión pública mundial, y jamás ha renunciado a ellos. El rechazo a las inversiones de China en América Latina, y esta campaña grosera de mentiras y manipulaciones que encabezan Pompeo y Claver-Carone, respectivamente, es de carácter meramente económico, de competencia desleal con un poderosos rival asiático que, por ejemplo, ostenta la primacía en la tecnología telefónica 5G. Se trata de una desesperación y temor insoportable, para no ver su final. No les importa que la sociedad china sea partidaria de una u otra filosofía política. Les aterra que ante China y su pujante desarrollo, los Estados Unidos estén cada vez más indefensos e impotentes.

Su retórica contra China no es muestra de poderío, sino de debilidad. Pero el pueblo chino es conocido por su paciencia y sabiduría ancestrales. Y los pueblos latinoamericanos, por su capacidad de memoria histórica y rebeldía. Una fórmula que ni Trump, ni sus voceros, podrán obviar. Y mucho menos vencer.

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