A un año de su partida terrenal hacia la Casa del Padre Celestial, con sentimientos de gratitud por haberme concedido el privilegio de acompañarle en su gestión por más de dos décadas, quiero dar un breve testimonio del gran líder visionario y mejor ser humano que fue nuestro muy apreciado Mons. Agripino Núnez Collado.
Por encima de ese liderazgo visionario, su mayor virtud fue el rostro humanista de su gestión. A Mons. le importaba la persona y todo lo que ella significaba: sus ideas, necesidades básicas, seres queridos, sus anhelos, sus sentimientos. Teniendo la autoridad moral y delegada para lograr que se cumplieran sus órdenes, al asignar una tarea a sus subalternos, se dirigía con una actitud de respeto y consideración, con expresiones tales como: ¿usted cree que le sea posible realizar este trabajo?, ¿le alcanzará el tiempo? Él se ponía en el lugar de los demás, entendiendo sus propias realidades, potencialidades y limitaciones.
Fue un ser humano cercano, que mostraba interés por el bienestar de sus colaboradores y familiares. Era común en él detenerse a saludar a docentes y empleados administrativos, a quienes les preguntaba por sus hijos, sus padres, su trabajo, sus proyectos, aspiraciones; teniendo la habilidad de recordarlos por sus nombres.
Como testimonio viviente, puedo dar fe de que tenía un ojo clínico para ver competencias y cualidades en personas que tenían el potencial para desarrollarse. Con las oportunidades de crecimiento que les ofrecía, convertía a un tímido servidor en un gran gestor.
Recuerdo trabajar a su lado en proyectos retadores y que implicaban largas jornadas de trabajo. A un superior común, sólo le interesarían los resultados de esa labor y el logro de las metas, mientras que, a Mons. Núñez, además de eso, le preocupaban las personas y sus circunstancias, al punto de interesarse por saber si habían consumido alimentos o no durante esas jornadas, llegando hasta el punto de preocuparse porque las damas tuvieran el tiempo necesario para ir al salón, cuando debían acudir a un evento de la Universidad.
Una característica muy marcada de su rol como gestor universitario, es que promovía la participación y reflexión en los proyectos innovadores y transformadores de la Universidad, a través de la conformación de equipos de trabajo. Además, para hacernos compromisarios de su obra, tenía la generosidad y prudencia de reunirnos, comunicándonos oportunamente las buenas nuevas, así como los momentos difíciles que implicaban ciertos sacrificios.
Más de cuatro décadas al frente de una Institución de prestigio como esta Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, son una evidencia más que suficiente de que sólo pudo haber sido posible con una gestión vanguardista y visionaria. Siempre con la fe puesta en la Virgen, emprendió grandes proyectos, enfrentando múltiples y difíciles retos.
Y qué decir que no sepamos de su importante rol como mediador y conciliador ante los conflictos más apremiantes de este país. En una ocasión me correspondió realizar una investigación de sus aportes a la cultura del diálogo y con gran admiración pude constatar que el éxito de su labor como mediador vino dado por su actitud de respeto a cada una de las partes. Conversando con una persona que participó en sesiones en las que se discutían temas ácidos y neurálgicos, me informó que Monseñor los hacía sentir importantes y valoraba sus opiniones, dándole a todos el lugar que merecían. Con esa noble estrategia,
lograba concertación, aún en los momentos más conflictivos.
¡Honor a quien honor merece!. Es responsabilidad de todos preservar su legado. Si hay un ser humano que es prohibido olvidar, ese es Mons. Agripino Núñez Collado. Su huella está presente en cada estructura física de esta Institución, en cada documento histórico, en cada momento de crisis en los que hemos deseado contar con sus luces divinas, en cada gran proyecto de desarrollo, pero, sobre todo, en el corazón y la conciencia de cada una de las personas que fuimos tocadas por su ejemplo de trabajo, entereza, visión de futuro, espíritu solidario, optimismo, fe inquebrantable.
Gracias Monseñor.:
- Por haber contribuido a que hoy seamos un país en paz y democracia.
- Por haber forjado una institución de educación superior referente de calidad y excelencia en distintos ámbitos.
- Por haber aportado al desarrollo y la formación de tantas personas con potencial, pero necesitados de una mano solidaria.
- Por habernos enseñado que los grandes proyectos se logran con fe, pero convertida en obras, con esfuerzo tesonero, haciendo suya la frase de San Ignacio de Loyola “Trabaja como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios”, misma que hoy está inscrita en su sarcófago.
- Por hacernos sentir que antes que servidores somos seres humanos.
- Por tener la visión de descubrir los talentos de las personas y contribuir a su desarrollo.
- Por haber impulsado grandes proyectos en los momentos más críticos de la Universidad y de la Nación.
- Por impulsar la formación de buenos profesionales, pero mejores ciudadanos.
- Por hacer de los egresados su mayor orgullo, enfatizando en que fueran profesionales de excelencia académica, competentes, con valores cristianos y humanos.
- Por respetar la dignidad de las personas que conformamos la familia universitaria y creer en su capacidad de realizar aportes significativos y ser mejores cada día.
- Por inspirarnos a creer y tener fe en Dios, al emprender grandes obras confiado en su poder.
¡Siga descansando en paz Monseñor! ¡Su vida valió la pena!
Por: Reyna A. Peralta
Misa conmemorativa del primer aniversario de su muerte
Parroquia Nuestra Señora de la Anunciación, PUCMM, Campus de Santiago
22 de enero de 2023