La República Dominicana se encamina hacia decisiones muy complejas, ya ineludibles. Requiere de forma urgente de una reforma fiscal que le permita superar la trampa a la que ha llegado de resolver los problemas de las finanzas públicas con deudas y más deudas; al tiempo que necesita de más recursos para áreas como salud e infraestructura junto a otras de real impacto en sus perspectivas de desarrollo; además requiere procurar transformaciones que puedan preservar el crecimiento y la estabilidad macroeconómica que han predominado por décadas, y mirando hacia el mundo comprender que aunque por aquí se ha logrado, no es tarea sencilla, pudiendo hasta provocar como resultado de la reforma fiscal revertir esa tendencia.
Este momento crucial de la historia dominicana que ha de combinar el progreso económico con el verdadero desarrollo humano, es al mismo tiempo una gran oportunidad para educar en las que son las funciones del Estado y de los variados caminos que se pueden trillar.

Argentina, por ejemplo, en una visión del desarrollo que podría partir de las mejores intenciones ha logrado una presión fiscal del 32 % del PIB equivalente a los países desarrollados, pero al mismo tiempo y por razones multifactoriales ha llevado a su economía a un desajuste tal que no parece que pueda parar por muchos años. El Estado argentino sostiene económicamente a 19 millones de personas, casi la mitad de su población, provocando además una trampa tal que la política monetaria y particularmente la tasa de cambio frente al dólar es un terrible dolor de cabeza para quienes dirigen el Estado, no importa la ideología que abracen ¿Podría significar que la presión fiscal en Argentina equivalente a la de los países desarrollados ha sido más problema que solución?

La reforma fiscal en la República Dominicana tiene un valor educativo enorme, siempre y cuando se desarrolle esa capacidad de enseñar y aprender. Las y los especialistas dominicanos y las autoridades de turno han de producir y promover un amplio proyecto educativo en torno a la reforma fiscal, que mientras haga partícipe al mayor número de dominicanas y dominicanos, proyecte en los más jóvenes la conciencia de que siendo el desarrollo un asunto de largo plazo, pueda diseñarse un modelo que tome en cuenta distintos factores teniendo como centro a los más vulnerables, no para sostenerlos económicamente, sino para hacerlos crecer en su dignidad.

Que la reforma fiscal sea, además, una gran escuela de democracia en el sentido de procurar el camino hacia el desarrollo auténtico que si auscultamos al mundo, no es tan fácil de avizorar y menos aún de lograr.

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