Otra categoría que debemos tener en consideración al momento de hacer nuestro listado, incompleto, de clásicos dominicanos, es la posibilidad de incluir obras escritas en el país o sobre temas dominicanos por extranjeros.
Estamos en abril, y recuerdo el “Versainograma a Santo Domingo” del poeta universal Pablo Neruda: Perdonen si les digo unas locuras// en esta dulce tarde de febrero// y si se va mi corazón cantando// hacia Santo Domingo, compañeros (…). Claro, y al cantarlo Sonia Silvestre, inmejorable. También, pienso en “La fiesta del Chivo”, escrita por el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, para la cual se documentó bastante, realizando varios viajes al país, entrevistándose con muchos actores de la época trujillista, como el doctor Joaquín Balaguer. Además, por unos meses, tenía un espacio preparado para estudio y revisión de textos y documentos históricos en el Archivo General de la Nación, dirigido entonces por el licenciado Font-Bernard, lo cual, quizás, contribuyó al trato fino y delicado que da en la novela el autor al doctor Balaguer.

Luego llega a la memoria, inevitablemente, el nombre de José Martí, Apóstol de la independencia cubana. En el proceso de construcción del movimiento independentista, Martí visitó tres veces el país y de aquí parte hacia la guerra en Cuba. Aquí escribió mucho, entre éstos su famosa “Carta de Santiago”, 13 de septiembre de 1892, dirigida a Máximo Gómez: “Yo ofrezco a Vd, sin temor de negativa este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres (…) Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios; y yo vengo confiado a pedir a Vd. que deje en manos de sus hijos nacientes y de su compañera abandonada la fortuna que les está levantando con rudo trabajo, para ayudar a Cuba a conquistar su libertad, con riesgo de la muerte (…)”.

También las cartas de despedida a su madre: “el deber de un hombre está allí donde es más útil”, “bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza”. La carta a su hija: “maricusa mía”, y la dirigida a su “amigo y hermano” dominicano Federico Henríquez y Carvajal, que incluye conceptos en torno a la amistad, el deber, el desprendimiento y la lucha por la libertad y unidad americana, ejes básicos de su pensamiento. Obviamente, y firmado junto a Máximo Gómez, no puede faltar el “Manifiesto de Monte Cristi”, su testamento político y Acta de Independencia Cubana.

Sin embargo, para mí, lo esencial es su “Diario de Monte Cristi a Cabo Haitiano”, conocido entre nosotros como “Apuntes de un Viaje”, escrito del 14 de febrero de 1895 al 8 de abril del mismo año. El cual podría ser lectura obligatoria en colegios y universidades, tanto por lo plástico de las descripciones del paisaje y de la forma de ser del dominicano, como por la elegancia y pureza del lenguaje utilizado.

El segundo día de “Los Apuntes”, el 15 de febrero, lo termina Martí con estas coplas que en su sencillez describen una parte importante del carácter nacional: la inclinación a la bebida y al cortejo hacia la mujer, veamos:

“El soldado que no bebe// Y no sabe enamorar,// ¿Qué se puede esperar de él// Si lo mandan avanzar?”.

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