¿A dónde se fueron la paciencia y la educación, especialmente la educación vial? ¿Estarán de vacaciones o simplemente se retiraron para siempre? Esperemos que no; pero cuesta trabajo ver que están presentes aún. No lo parece, y si usted se mueve diariamente por las calles, avenidas y autopistas del país, seguramente lo sabe.
El tránsito, sobre todo el de Santo Domingo y el Distrito Nacional, está enfermando a las personas y coloca en una situación complicada a quienes transitan a pie. Pareciera que estos últimos perdieron el derecho a moverse de un lado a otro por la ciudad.
Cuando República Dominicana estuvo cerrada por aire, tierra y mar durante varios meses de la pandemia en el año 2020, era común escuchar que cuando el país regresara a la normalidad seríamos mejores personas. Pero el tiempo parece haber demostrado lo contrario, y el sentir que uno tiene es que la gente se ha vuelto más violenta, menos sensible, más imprudente, menos decente y menos solidaria, incluso con los ancianos, mujeres y personas que llevan niños en brazos.
Yo mismo me he visto obligado a colocar mi vehículo a mitad de una calle, al ver que una señora lleva media hora esperando que le den paso junto a un pequeño, en una calle de Santo Domingo. No era común ver eso en el pasado. Uno se pregunta qué está pasando y si algún día recuperaremos esos actos y detalles de cortesía que tanto hacen falta en la convivencia diaria. Es una lástima, pero la escena se repite cada vez con mayor frecuencia.
Lo propio ocurre en los residenciales cerrados… Frenas para dejar pasar a una persona y el conductor de atrás te atosiga con la bocina, lo que indica que aquellos envueltos en la indecencia intentan también obligar a los demás a seguir la misma trayectoria que ellos. Insólito y lamentable.
Estoy seguro de que más de una persona de las que ahora me están leyendo ha sufrido el rayón o incluso el choque de su vehículo cuando transita a velocidad prudente y respetando los espacios entre un auto y otro. Sin embargo, el de atrás simplemente intenta entrar y provoca el desastre, porque considera que uno va muy lento o que no tiene derecho a ir primero que él. Esta actitud de indiferencia y agresividad es, sin duda, un reflejo de una sociedad que parece haber olvidado que la decencia en el volante es también una forma de respeto hacia los demás.