Siempre que leo un artículo sobre algún feminicidio, mis ojos buscan las cuatro palabras clave para abordar la violencia contra la mujer: misoginia, sexismo, patriarcado y machismo. En la gran mayoría de los artículos, nunca las encuentro. Estos conceptos son los cuatro jinetes del apocalipsis de las mujeres asesinadas por hombres. Contextualizan las agresiones y permiten el análisis estructural, impidiendo que se presente esta violencia como casos aislados y coyunturales.

Existe una gran renuencia social para ponerle nombre y apellido a la violencia machista. Indignación abunda: ¡todo el mundo está indignado con los feminicidios! Vemos protestas de mujeres vestidas de novia, marchas de hombres que alegan estar “concientizados”, pronunciamientos de las autoridades… ¡Y qué bueno!, pero parece que, como sociedad, pensamos que indignándonos se resolverá la problemática, y olvidamos que indignación no es estrategia.

Somos como un país de avestruces altamente indignados, con la cabeza enterrada, ignorando que este mar sangriento de mujeres asesinadas forma parte de un sistema de opresión que simplemente ejecuta su trabajo a través de sus hombres más violentos. Resulta desesperanzador que este año, hasta el día de hoy, los hombres han matado aproximadamente ciento setenta mujeres, y aun así nos negamos a atar cabos y decir lo lógico: que aquí hay algo más arraigado que un par de hombres que un día despertaron y decidieron matar mujeres.

Indignante para mí es que haya tanta gente que actúe como si se le fuese a caer un pedazo si menciona las palabras “patriarcado”, “misoginia” o “violencia machista”. Es como si nuestro gran cuco o bacá no sea ninguna figura del folclor popular sino esas palabritas.

Este terror al análisis feminista aparece en los lugares menos esperados. Un ejemplo ilustrativo sería el Anteproyecto de Ley de Igualdad y No Discriminación, que actualmente reposa en la Consultoría Jurídica del Poder Ejecutivo.

Este encomiable esfuerzo, que merece par de artículos, busca convertirse en una herramienta legal para enmendar injusticias y opresiones hacia grupos marginalizados. De ahí que resulte tan extraño que el llamado ‘Anteproyecto de Ley General de Igualdad y No Discriminación’ ignore las desigualdades y discriminaciones que deshumanizan y subyugan sistémicamente a la mitad de la población dominicana.

El anteproyecto cuenta con 7,190 palabras, pero no menciona la misoginia ni una sola vez, contrario al racismo, la xenofobia y la homofobia que fueron consideradas lo suficientemente importantes para ser incluidas. En la única instancia en que el anteproyecto menciona el sexismo, lo designa como algo subjetivo y abierto a la interpretación, contrario a las discriminaciones causadas por el racismo, la xenofobia y la homofobia, las cuales considera discriminaciones objetivas, que no necesitan ser atenuadas. ¿Por qué?

Este sesgo, aparentemente inadvertido, que rehúsa tomar en cuenta las discriminaciones y las desigualdades contra las mujeres y niñas es grave, y permea de manera transversal un proyecto de ley bastante delicado, trabajado por personas con conocimientos del tema.

Si este proyecto de ley, cuyo propósito es erradicar discriminaciones, fue confeccionado en un contexto socio-cultural donde vivimos una alarmante epidemia nacional de violencia machista y presenta semejante laguna, ¿qué nos dice esto sobre el abordaje del tema en la República Dominicana?

Resulta evidente que aquí nadie sabe qué hacer con los feminicidios. ¿Qué tal si cada vez que querramos expresar nuestra indignación ante algún feminicidio nos preguntamos qué estamos haciendo nosotros/as para desmantelar el sistema de opresión que legitima estas matanzas? ¡Dejémonos de cuentos! Sin atacar las raíces del patriarcado, nunca erradicaremos la violencia contra la mujer. ¿Qué perderíamos haciéndolo? Nada. ¿Qué podremos ganar? Vidas. Muchas vidas. Este año pudimos salvar más de ciento setenta.

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