Aunque fonéticamente suenen igual, el “ex” ya no es y ese prefijo malvado lo arrastra cada cargo, ocupación o condición del pasado que es historia. Toda palabra antecedida de ex implica olvido, indiferencia y aún peor, apatía para desaparecer lo que un día fue y no será. Así, junto a la finalización de ese capítulo del antes incumbente, pierde también el apoyo de los acólitos, atraídos por el puesto y no por su ocupante, cual ratones tras el flautista de Hamelin.

Con sobrada razón, un exmandatario comentó que el antiguo dirigente es como un florero chino que nadie sabe dónde colocar, que si asesor de la entidad que antes presidió, que si miembro honorífico de consulta para que no se ofenda. En cualquier caso, el aroma de la exclusión se siente y se presiente porque para el ego humano haber sido y ya no ser, es un golpe insuperable para aquellos cuyo único propósito existencial fue esa posición que ya no ocupan. Aunque para unos la alusión pasada puede ser incómoda, por haber sido superada, para otros, es motivo de añoranza, nostalgia y hasta arrepentimiento.

Luego, comienzan las exclusiones para borrar su paso y arrancarlo de cuajo, como si nunca hubiera ocurrido, desde el ex al que sacan de la foto (sobre todo, si estaba al extremo), hasta convertirlo en innombrable e ignorarle su gestión en la continuidad. Un ex es una amenaza de comparaciones y eso no siempre lo tolera el sucesor que pretende brillar con luz propia; por eso hay tantos proyectos réplicas de anteriores a los que se les cambia el nombre para no rememorar al antecesor que fue, ya no es y no se puede dejar que sea, ante la amenaza de retorno que lo traiga de nuevo al ruedo, con más fuerza. Y ahí vienen implacables las ráfagas de la soledad del poder, cuando los afectos se cifraron en esa sola calidad –temporal por definición- que se retiran sin dejar siquiera la espuma, como las olas en el mar. Esas afinidades de escasa permanencia son las que se pretenden rescatar volviendo a la antigua posición, cuando nada hay más fallido que buscar lealtades donde nunca las hubo.

Los cargos son pasajeros, como aves de verano, van y vienen a posarse sobre cabezas distintas. No existe una alta posición que fuera eterna -ni siquiera la vida lo es- no hay espacios que no puedan ser ocupados por otros ni persona tan imprescindible que no pueda ser relevada; pobre del que no lo entienda. Más allá de lo que fuimos, lo importante es lo que hicimos porque, si nuestra impronta es significativa, nadie podrá sepultarla y tacharla con un “ex”.

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