No se sabe ni la fecha ni el lugar exacto, solo que fue cerca del primer viaje, por demás señas, se estima que fue en una isla de las Antillas Mayores.
Los reunieron a todos. O, por lo menos, a los que dirigían. Claro, siempre se cuelan algunos mirones sin invitación que quieren estar en todo. Y, obviamente, otros que debieron estar no estaban. Siempre es así, es igual en todas partes.

La reunión empezó cerca de mediodía, había mucho calor. El sol quemaba literalmente. “Los llegados”, llamémosle así, habían convocado de urgencia, empezaron, primero, a hablar entre ellos en un idioma que no entendían “los nativos”, para llamarles así a los dueños del lugar. Luego de un tiempo, en que los nativos solo miraban sin entender, uno de “los llegados”, utilizando a uno de “los nativos” como traductor, empezó a hablar.

“Por el bien de todos ustedes, desde hoy, dejarán de adorar a todos esos dioses y figuras que tienen; para salvarse y subir al cielo deben adorar a nuestro Dios, que es el único y verdadero. Lo contrario es irse al infierno”. “Pero hemos estado bien así”, empezó a decir un “nativo”, siendo interrumpido: “No estaban bien. Bien estarán ahora. Y eso no deben discutirlo. De ahora en adelante, aprenderán nuestro idioma y leerán la Biblia”. El nativo se encogió de hombros y no habló más.

“También, prosiguió el “llegado”, debemos construir unos pozos para guardar el agua y las comidas, y un corral grande para las aves, de esta forma, cuando las cosas puedan escasear tendremos agua, comida y aves garantizadas”. Otro nativo, levantando la mano y recibiendo la autorización para hablar, dijo en su idioma, siendo traducido: “pero nunca falta nada aquí, ¿por qué tendríamos que hacer eso? Si las cosas sobran mejor”, finalizó. “Porque las cosas pueden escasear –le respondió “el llegado”-, porque nosotros sabemos de eso. Ustedes no. Así que deben empezar a buscar los materiales para la construcción mañana, nosotros dirigiremos los trabajos y administraremos los recursos. Así habrá guardadas muchas cosas y tendremos garantizado un futuro próspero. También, por nosotros decirles cómo hacer las cosas y administrarlas, deben pagarnos con oro, así que traigan todo lo que puedan conseguir en los ríos. También, deben vestirse, no pueden andar por ahí desnudos. Aunque a las hembras pueden dejarlas así, como vinieron al mundo”, dijo con cara de pícaro mirando sonriendo a sus compañeros.

Y así se hizo. Tiempo después hicieron otra reunión. Estaban, coincidencia de la vida, casi las mismas personas. Los faltantes habían muerto por enfermedades desconocidas o por el abusivo trabajo. El “llegado” habló: “Ahora que tenemos el agua almacenada, y la comida y las aves seguras, es necesario ver qué hacemos con esos recursos. Ustedes no saben administrar. Nosotros sí. Obviamente, para ustedes tener acceso a ellos deberán de pagar, no podría ser de gratis como antes, ¿Qué deciden?”

Entonces un “nativo”, convencido por el discurso de “los llegados”, se puso de pies y firmemente dijo: Le vendemos la selva! A lo que “el llegado” respondió: Pero a crédito, para pagar a 50 años”.
En la selva dicen que esta leyenda se repite cada 100 años.

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