“Otelo, el moro de Venecia”, de Shakespeare, es el libro de los celos. Pero, como es obvio, es más que eso. Es la historia de un moro impetuoso, que es un dios de las batallas y cae rendido a los pies de la joven y bella Desdémona, quien lo ama e idolatra.

El general Otelo, desde el inicio se encuentra con muchos obstáculos. El padre de Desdémona, Brabancio, es un viejo senador que no quiere mezclar su sangre con la de Otelo, que es moro y es negro (“…un viejo carnero negro está montando a vuestra blanca ovejita”, le dice en algún momento Yago), azuzando el rechazo del viejo senador a esta unión ya consumada a sus espaldas. El racismo, es patente en la obra, en algún momento, cuando el tema del casamiento del moro con la hija del senador llega a oídos del Dux de Venecia y este interviene en la disputa, y resuelve a favor de Otelo, le dice al senador Brabancio: “…si clara es la virtud, vuestro yerno no puede ser más blanco, siendo negro”. Y al respecto otras expresiones tanto de Otelo como de Yago.

Precisamente, el personaje que hace que avance la trama es Yago, representación de un hombre vil, sin escrúpulos, hábil y manipulador (muy parecido a muchos políticos de aquí y de allá), que por celos ante el amor de Desdémona hacia Otelo, y por envidia frente a Casio, pues entiende que este tiene un puesto que debería ocupar él, arma el plan para hacer creer a Otelo que Desdémona le es infiel.

Por asuntos de espacio, unas frases de Yago: “Ni todos podemos ser amos, ni a todos los amos podemos fielmente servir”, se reconoce un servidor, pero deja claro la posibilidad de cambiar de amo si fuere necesario. O esta: “(…) Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo. Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia, sino que aparento por mi propio interés”. Es decir, todo debe girar en torno a sus intereses, al estilo de “el fin justifica los medios”.

Yago tiene una facilidad verbal extraordinaria y aprovecha cada momento, aun siendo cuestionado, para darle vueltas a la situación y ponerla a su favor, argumentando convincentemente según sus necesidades. Por ejemplo, sobre la honra, en dos momentos diferentes de la trama, dice lo siguiente: “La honra no es más que una atribución vana y falsa que suele ganarse sin mérito y perderse sin motivo. No habéis perdido ninguna honra, a no ser que os tengáis por deshonrado”, le asegura a Miguel Casio.
Y, en otro momento, le dice a Otelo: “Señor, la honra en el hombre o la mujer es la joya más preciada de su alma. Quien me roba la bolsa, me roba metal; es algo y no es nada; fue mío y es suyo, y ha sido esclavo de miles. Más, quien me quita la honra, me roba lo que no le hace rico y a mí me empobrece”. En la primera parte tiene una actitud algo estoica, lo que los demás opinen de nosotros no lo podemos controlar; lo que vale es nuestra opinión. En la segunda frase, plantea una tesis totalmente contraria.

El tema es que con Yago nunca sabemos, como él mismo afirma: “Yo no soy el que soy”.

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