Se dice “la miel más dulce es la de mi casa” para resaltar que lo mejor está entre familia y es cierto, el parentesco crea lazos indisolubles de tolerancia ante cualquier ofensa en que todo puede justificarse. Tu hermano siempre lo será, aunque te saque de quicio; podrás ir al otro lado del mundo y nadie hará desaparecer el camino que emprendieron desde que compartieron el vientre de la misma madre.

Esa historia coincidente crea inevitables complicidades y recuerdos imperecederos, aunque, también profundas diferencias, cuando existen celos y resentimientos arraigados desde la infancia, que el paso del tiempo no hace más que agravar. Es lamentable ver cómo las luchas fratricidas crean serias heridas de difícil sanación, exacerbadas por reclamaciones sucesorales; de hecho, ante una desavenencia, las relaciones entre particulares tienen mayores pronósticos de reestablecerse que las de consanguíneos.

Entonces, trasponer estas relaciones a las laborales es bastante complejo, toda vez que lo objetable del nepotismo, no es necesariamente el trato favorable a un pariente cercano para un puesto determinado (público o privado), sino, preferirlo frente a los demás, por esa sola circunstancia, a despecho de sus verdaderos méritos. Y es que ese nexo de subordinación dentro de una misma rama familiar es un arma de doble filo porque el superior pudiera ser displicente y permisivo a un nivel inconcebible ignorando faltas graves por la filiación o, al contrario, ser extremadamente exigente e implacable en sus requerimientos para no mostrar que esté actuando con diferencias. En cualquiera de los escenarios, se quiebra el equilibrio, en detrimento de una u otra parte.

Esa confianza que da la crianza común crea la errada percepción de que el otro debe aceptar sesiones laborales en reuniones familiares o exabruptos por la cercanía, que con un subordinado cualquiera son impensables, a menos que se quisiera ser sometido legalmente. En el otro extremo, está el continuador de la saga que pretende por su condición saltarse los procesos y ser dispensado de las obligaciones aplicables a los otros. La frontera entre uno y otro escenario no siempre es captada con nitidez por los involucrados.

Lo cierto es que, desde cualquier perspectiva, el principio de igualdad queda seriamente lesionado, frente al emparentado, porque tendrá que demostrar una capacidad extraordinaria por encima de la normalidad -que nunca será suficiente- para probar sus méritos propios y, frente a los demás, que tendrán la convicción de que ocupa un puesto que no le corresponde y que sólo le debe a su apellido. Difícil tarea establecer dónde termina el pariente y dónde comienza el empleado porque, si bien nadie es profeta en su tierra, la sangre siempre pesará más que el agua..

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