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Manuel José Jimenes González, nacido el 14 de enero de 1808 en Baracoa, Cuba, es una figura clave en la historia de la independencia y consolidación de la República Dominicana. Hijo de Juan Jimenes y Altagracia González, comerciantes criollos exiliados tras la ocupación haitiana, creció en un entorno marcado por el fervor patriótico de su familia, lo cual influyó profundamente en su vida. Su padre, Juan Jimenes, participó activamente en la Revolución de Los Alcarrizos, un movimiento que buscaba la adhesión a España para poner fin al dominio haitiano. Tras el fracaso de la rebelión, Juan fue capturado y ejecutado el 9 de marzo de 1824, convirtiéndose en mártir de la naciente causa dominicana.
Desde joven, Manuel mostró un espíritu de servicio, lo que lo llevó a iniciar su formación como clérigo a los 18 años. Sin embargo, la influencia del sacrificio de su padre redireccionó su llamado hacia la lucha contra el yugo haitiano. No solo fue uno de los fundadores y líderes de la sociedad La Trinitaria, sino que, además, invirtió vastos recursos familiares para financiar las actividades revolucionarias necesarias para la gesta patriótica.
En 1835, contrajo matrimonio con María Francisca Ravelo de los Reyes, hermana de Juan Nepomuceno Ravelo Reyes, quien también sería un destacado prócer trinitario y, posteriormente, serviría como edecán de Jimenes durante la campaña militar. Este vínculo estrechó aún más su conexión con el movimiento La Trinitaria. La contribución de Manuel Jimenes fue fundamental para la lucha por la separación de Haití, siendo firmante del Acta de Separación en enero de 1844 y participando en la histórica proclamación de la independencia el 27 de febrero en la Puerta del Conde.
Tras la independencia, Manuel ocupó roles clave en la formación del nuevo estado. Fue vicepresidente de la primera Junta Central Gubernativa en 1844 y, más tarde, ministro de Guerra y Marina con rango de general, dedicándose a fortalecer las fuerzas armadas y asegurar la soberanía nacional. Su liderazgo no pasó desapercibido, y en septiembre de 1848, tras la renuncia de Santana, fue elegido presidente por voto popular. Durante su breve mandato, defendió los ideales liberales y duartianos, emitió un decreto de amnistía para los exiliados, incluidos los trinitarios, y enfrentó desafíos como la invasión haitiana de Soulouque y la oposición interna de Santana, quien buscaba consolidar su poder.
El mandato presidencial de Jimenes llegó a un abrupto final en mayo de 1849, cuando Pedro Santana lideró una sublevación que desestabilizó al gobierno legítimo. Este golpe de Estado consolidó el fenómeno del caudillismo en la política dominicana, exacerbando las tensiones ideológicas entre liberales y conservadores de la época. Tras su renuncia, Manuel Jimenes vivió en el exilio, residiendo en Puerto Rico, Venezuela, Curazao y Haití, donde falleció el 22 de diciembre de 1854 debido al cólera. En 1889, sus hijos repatriaron sus restos, que descansan actualmente en el cementerio municipal de Monte Cristi.
Su legado familiar es igualmente significativo. Fue padre de Juan Isidro Jimenes Pereyra, quien también sería presidente de la República y fundador del Partido Azul, de tendencia liberal, conocido como el partido de los Bolos. Este partido dominó la política dominicana durante décadas, rivalizando con el conservador Partido Rojo o Coludos. Además, Juan Isidro, junto a sus hermanos Isabel Emilia y Manuel Jimenes Ravelo, fundó la empresa conocida como Casa Jimenes, reconocida como la primera empresa de capital dominicano, con oficinas en Nueva York, París, Londres, Hamburgo, Le Havre y Liverpool. Según el profesor Juan Bosch, esta empresa fue clave para el dinamismo económico de la República Dominicana en el siglo XIX. En definitiva, Manuel Jimenes personifica los valores del sacrificio, la honradez, el patriotismo y el liderazgo que fueron esenciales en la construcción de la República Dominicana, consagrándolo como un verdadero héroe nacional. Su vida y legado trascienden el tiempo, convirtiéndolo en un ejemplo eterno para las generaciones futuras de dominicanos, inspirándolos a defender los valores fundamentales de la soberanía, la democracia y el amor por la patria. En consecuencia, la justicia histórica demanda que su memoria sea honrada con el traslado de sus restos al Panteón de la Patria, como un homenaje a su legado y un recordatorio de los sacrificios necesarios para forjar nuestra nación.
Por: Alfredo López Ariza