El descredito de la justicia es evidente, la mayoría de los ciudadanos del país la ven negativamente. Y no es sólo un asunto de encuestas, es de percepción simple: solo debemos escuchar el murmullo de la calle.

La justicia, como los bancos, permanece fuerte en la medida en que su crédito lo es. Pero el sistema bancario, que implica las inversiones de los que más tienen, de tener problemas, que no es así en este momento histórico, tendrá al Estado como “salvador”, aun a costa de la estabilidad económica o del futuro de las mayorías. Pero con la justicia no pasa igual, por su génesis de “poder independiente” y por su obligación de servir de muro de contención contra los excesos.

Ahora bien, ¿Cómo se ha llegado a este nivel de descrédito en el sistema de justicia nacional? ¿Cuáles factores dentro y fuera del “poder judicial” abonan esta situación? ¿Por qué los jueces se están quedando sin defensores?

Estas y muchas otras interrogantes no tienen claras respuestas. Incluso, estas dependerán de la postura política, del conocimiento de los tribunales (ejercicio de la profesión), de la formación ideológica y, claro está, de la subjetividad de quien responda. En mi caso he intentado responderlas en otras “Pinceladas”, a caballo entre mi experiencia y mi subjetividad, y siempre defendiendo al juez como individuo.

Entre los múltiples factores que inciden en este tema, de importancia nacional, esta la postura que han asumido la mayoría de los jueces, alejada de su obligación de cumplir y “hacer cumplir la Constitución y las leyes en sus decisiones”, aunque en ello se les vaya la vida o pongan en peligro la estabilidad económica familiar, si por una decisión basada en derecho reciben una sanción disciplinaria o el rechazo de una sociedad que puede no comprender o que tenga pocas o erróneas informaciones en relación al fallo.

Los veos flojos, cabizbajos, disgregados y temerosos. Y si los jueces temen, no habrá cabeza segura ni espacio para la esperanza. Por eso hacen falta “jueces de verdad”, capaces de decidir “a contra corriente” si es necesario, pero con la Constitución y la ley debajo del brazo.

Muchos en cambio, que se benefician de esta situación, quieren jueces de mentira, de cartón piedra. Marionetas “narigoneables” sin determinación propia que “llamen” antes de decidir. Jueces temerosos a la mirada de la fiscalía, al qué dirán de “los medios”; a la Inspectoria Judicial o a la “Supervisión Nacional de Tribunales”; a la dirección de carrera, al Consejo o al Presidente de la Suprema Corte de Justicia: en fin, quieren jueces sin carácter que acepten vivir en la oscuridad.

Los demás jueces -¡los jueces de la luz!, que son muchos e imparten justicia como si fuera un honesto sacerdocio y con total independencia interna y externa en sus decisiones, deben tenernos a todos de su lado como un solo cuerpo, para beneficio de todos.

¡No podemos dejar solos a los “Jueces de Verdad”!

¡He dicho!

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